Resulta
que si puedo, debo escribirte. No sé si en algún punto de la existencia aún
existas. Sé que moriste cuando tus pequeños hijos ni siquiera pudieron guardar
completamente tu mirada.
Te
quedaste en una fotografía; muchos de tus nietos te conservan en ella.
No
me gusta escribirle a un muerto. Perdón, con todo respeto. Incluso te escribo
de día, ya que por la noche lo considero tétrico.
Qué
bonita eras. En la familia casi nadie ha sido tan bella. Mi prima Andrea se
parece a ti, dicen que mi hija también; yo no sé, no lo creo, tal vez aún no
descubro bien sus rasgos.
En
la fotografía, en esa en la que estás al lado de mi bisabuelo, te miras tan
seria, que si te hubieran hecho sonreír hubieras proyectado la simpleza de tu
vida: esa la vida diaria, lo real, lo cotidiano. Aun así, en tu imagen no cabe
un pero, sólo digo que te hubieran hecho sonreír.
Y
perdona si con esto te ha entrado la inquietud y has querido saber más, pero
resulta que no soy muy extensa en palabras y aunque busco, no encuentro mi
completa inspiración. Adiós bisabuela, creo que tu hija Elena te necesitó por
siempre, al igual que los demás, supongo, sólo que en especial me conmueve
Elena.
Carolina Lara Mungarro