lunes, 3 de diciembre de 2012

La nieve y el árbol.



     El verano se despidió lentamente
Sin prisa ni contratiempo, miles de hojas, cayendo en aquella laguna, tan transparente
A pesar del cansado sol, altas y firmes piedras, 
deteniendo columnas de diferentes posiciones,
para el acomodo  de tan amplia trinchera, de aquel viejo camino
camino de hojas secas
y arboles silenciando a la hiedra 
por la llegada de tan diminutas, suaves y sordas
partículas de nieve, como un susurro cayendo sobre la laguna.

Nieve blanca, opaca, brillosa finita y congelante,
adornando y arropando el árbol que me deleita,
con su aroma y manto fresco en el crudo verano.

Cerca de allí el leñador con su hacha, cortando
el tronco grisáceo, sin tomar en cuenta los anchos y
angostos vástagos
-Dice el leñador: "Este invierno congela hasta los huesos…"

     El invierno y la nieve se fueron, llegó la primavera, y
Aquel árbol mutilado, espera ese resplandor de sol para continuar su vida.



Anahlii Ramos Burgos.

En el recuerdo


Pasaban los días y no podía encontrarlo otra vez. No había olvidado sus ojos (juro que no he olvidado sus ojos) ni esa sonrisita, como apretada, que algunas veces me hizo soñar. Suspiraba constantemente al pensarlo. Cada vez que pude se lo confesé…cómo guardar todo eso sólo para mí.

Y andaba yo en el coche, en las calles, enfrentando la vida diaria, lo de siempre, lo que seguía, lo que venía. No podía encontrarlo en ninguna otra mirada, en ninguna avenida, ni en los amigos ni en nuevos rostros, ni por su ciudad ni por la mía. Se fue en la tarde. Se fue en la tarde.

Aunque después, muy por la noche lo volví a ver, esta vez no deseché la oportunidad y caminé de su mano, por una calle sólo parecida a algunas. Un largo caminar y bien fuerte que nos apretábamos la mano, un suspiroso abrazo y creo que casi un esperado beso en los labios. Sonreía yo. No nos soltábamos (no vaya a ser sólo un sueño).

Pasan los días, y no puedo encontrarlo otra vez.

Carolina Lara Mungarro

Y…..dime tú


Y…..dime tú….ahora que estás realizado… ¿por qué no volviste?
 ¿Ya  me has olvidado?
Recuerdo cuanto  hablamos, eran tantas preguntas, fueron muchos los
 dardos que  repletos de dudas  me dejaste clavados,
en sueños  te  veo feliz,
despierto y te busco a mi lado,
Encuentro  recuerdos,
tu aroma, fotos y tu silueta  en mi colchón,
ellos son mis compañeros   que le dan vida a mis días….
Y tú… ¿en donde  encontraste  vida? …
estás bien, lo se, ayer te sentí en el aire fresco que pasó rozando mi nariz,
te supe muy  cerca por el escalofrío que provocaste en mi,
Luego esa nube que paso  veloz supongo corría  tras de ti,
Yo que antes tuve las respuestas…
quedé dueña absoluta  de  infinidad de preguntas
Dime… ¿y nuestro amor qué?... ¿a dónde te lo  llevaste? Me dejaste doblemente sola,
Ahora no se si apurarme a ir donde tú…o
Morirme aquí donde estoy,
¿Cuántas veces  morimos?...matando…  ¡la  más  mínima intención!!
¿Cuántas veces hemos muerto?... De alegría, de tristeza o de dolor
Pero… ¿por qué tú? Que a más de morirte   me dejaste libre
Sin saber qué hacer,  ¿por qué no te llevaste mis  ansias?...
¿Y esta loca necesidad de ti?....
¿Por qué si me mataste moriste solo sin mí?
Porque  no te moriste con todo y tus recuerdos…amor.


Mary Vera

La nieve


Me gusta ver cuando cae la nieve, que el suelo y los árboles cambien de color, alegra el día nublado, por la noche todo está lleno de una luz especial, blanca, transparente, dulce, cuando la conocí  estaba un poco  delicada  de   salud, mi mamá  no  me permitió  salir, pero recuerdo a los niños jugando a tirar bolas de nieve, también a los muchachos y a algún señor que pasaba y le tocaba un “bolazo” como decían ellos.

Después cuando estaba en la escuela primaria y empezaba a nevar, no dejábamos de ver hacia la ventana, al terminar  la  hora de  clases corríamos para llegar pronto a casa, dejar los cuadernos  y salir   a   jugar. Nunca  olvidaré  como veía  a  mis primos  y otros niños jugar  con  aros de  llanta  de bicicleta  a los  que  empujaban  con  un alambre  enganchado, era  su  carro ,hacían  caminitos  en  la  nieve .

Hay algo especial cuando cae la nieve por la noche y nos sorprende al abrir la puerta y ver esa luz inesperada, como cuando salíamos de algún baile en el gimnasio municipal, del Centro Cívico o del Casino de los Leones a las 2 de la mañana, al terminar el baile, caminábamos enterrando los pies en la gruesa capa de nieve, sólo con zapatos y calcetas, la maravillosa luz de la luna que reflejaba la nieve blanca y cristalina con pequeños destellos como brillantes, esta luz nos ayudaba a pasar por el puente de Arco de le Avenida Juárez, por la pequeña cuesta que en ocasiones nos hacía caer por tanto hielo, no era muy fácil detenernos, todo era muy divertido, hasta llegar casi congelados a la casa, donde nos esperaba un regaño de mamá, después de todo lo que habíamos caminado.

La nieve aún me sigue dejando grandes recuerdos. 

Lupita Palomera Vázquez      

Nieve



Me han contado que en años pasados la nieve llegaba de lo alto como hasta las rodillas como unos  cincuenta centímetros   y que todos seguían viviendo, que no era una limitante para nada porque todos estaban acostumbrados a esas condiciones , pero ahora es común que cuando nieva y cubre unos cuantos centímetros ya se suspenden las clases porque,  cuidado que no se vayan a enfermar y es que las generaciones han cambiado no son de la misma condición , porque ya no soportan tanto y es que todo haya cambiado, aunque no por eso digo que sea malo o que quizá era mejor antes , es que alguien me dijo que no tenía que ser así, aunque no recuerdo eso de mi infancia si me gustaría poder verlo y disfrutar de él.

Verónica Canela Bracamonte

domingo, 4 de noviembre de 2012

Bisabuela en foto.


Resulta que si puedo, debo escribirte. No sé si en algún punto de la existencia aún existas. Sé que moriste cuando tus pequeños hijos ni siquiera pudieron guardar completamente tu mirada.

Te quedaste en una fotografía; muchos de tus nietos te conservan en ella.

No me gusta escribirle a un muerto. Perdón, con todo respeto. Incluso te escribo de día, ya que por la noche lo considero tétrico.

Qué bonita eras. En la familia casi nadie ha sido tan bella. Mi prima Andrea se parece a ti, dicen que mi hija también; yo no sé, no lo creo, tal vez aún no descubro bien sus rasgos.

En la fotografía, en esa en la que estás al lado de mi bisabuelo, te miras tan seria, que si te hubieran hecho sonreír hubieras proyectado la simpleza de tu vida: esa la vida diaria, lo real, lo cotidiano. Aun así, en tu imagen no cabe un pero, sólo digo que te hubieran hecho sonreír.

Y perdona si con esto te ha entrado la inquietud y has querido saber más, pero resulta que no soy muy extensa en palabras y aunque busco, no encuentro mi completa inspiración. Adiós bisabuela, creo que tu hija Elena te necesitó por siempre, al igual que los demás, supongo, sólo que en especial me conmueve Elena.


Carolina Lara Mungarro

Crecer mirando al sol.


A veces la inocencia con la que somos criados, nos hace ignorantes.

El jardín de mi casa era inmenso, para mi infancia. Nunca necesité de la compañía de otro niño para divertirme, mi imaginación y yo bastábamos.  Éramos los mejores amigos. 
La primavera en mi jardín era toda una celebración. En donde teníamos todo un ritual para celebrar. Para la ocasión, las mariposas llegaban puntuales durante la tarde, el árbol de durazno nos regalaba flores que el viento regaba por todo el jardín. Como confeti de fiesta. 
Escuchaba una tormenta batirse arriba de mí. Asomándome por la ventana veía como el agua se dejaba caer sobre tierra, levantaba polvo  dejando marcas de humedad sobre ella. Mi madre corría,  cuidadosa de no mojarse colocaba una toalla sobre su cabeza, descolgaba la ropa del tendero con tal furia que los ganchos de madera salían disparados.
Cuando el sol se escondía detrás del cerro naranja, sabía que era tiempo de regresar a mi casa. Aunque no me apartaba mucho de mi casa, a mi madre le gustaba gritarme para saber donde andaba.  Antes de entrar tenía que sacudir mis zapatos, ya que siempre tenían tierra y  darme un buen baño para después dormir. 

Andrés Oquita.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Recordar es vivir (I)

Recuerdo con inmensa alegría y satisfacción los juegos de la niñez, era una niña delgadita, muy delgada, con mirada soñadora y sonrisa coqueta, me encantaba jugar a cuidar a los enfermos, ya que los chamacos, que eran pocos, jugaban a las guerritas; Carlos era un niño alto de tez morena clara flaco como un espárrago, sus pantalones cortos  me llamaban poderosamente la atención y también sentía una gran admiración por él, Paz era la hermana mayor, era una niña regordeta, cabellos largos lacios y gustaba de jugar con los hombres, corría con aquellas voluptuosidades, y cuando corría se agitaba tanto que nos pegábamos cada susto, me encantaba verla pues a mi mente llegaban hermosos recuerdos de Lolis la gordis mi personaje favorito de Periquita ¡ah! Quien pudiera revivir esos momentos cuando me sentaba a leer mi historieta favorita y soñaba ser parte de esa historia; aun viene a mi mente cuan desesperada me sentía a veces pues quería ir a comprar mis historietas y enseñárselas a Luz, aunque ella prefería jugar con los chamacos;  y qué decir del Manolo, era un chamaco con cabellos entre dorado y café, siempre con el cabello de lado gritaba corría y gustaba de jugar al carro, de repente sale la señora Aída, mamá de Carlos, Paz y Manolo, su mirada era muy penetrante y adusta vestía de ropas largas y todo el tiempo de color azul, nos regañaba por todo y nada, era una maestra de Comercio. Nos gustaba jugar afuera de la tienda de ellos, de repente nos llevábamos cada regaño pues no les gustaba que lo hiciéramos ahí; tenía un  aroma la tienda difícil de describir, el papá hacia una paletas deliciosas, nos  encantaban las de tamarindo, eran en verdad especiales, ese era nuestro punto de reunión, se llegaban las tardes y los chamacos solían contar historias   un poco fuertes, la tienda de ellos también era su casa, había un pequeño pasillo por el cual podíamos llegar hasta la cocina, y en ese pasillo de repente se oía decir al papá: “Manolo deja de tocar”- refiriéndose al piano, sin embargo nosotros estábamos en la cocina o algunas veces en la tienda sentados conversando, y otra vez volvíamos escuchar decir  con voz fuerte: “dejen de tocar el piano”, a lo que salía alguien y decía no hay nadie aquí…y salíamos corriendo. Prometiendo no volver pero se nos olvidaba y lo volvíamos a hacer, la casa de ellos tenía un aire de misterio, pues para bajar a las habitaciones no había luz, era una casa un poco tétrica, y con un aroma inexplicable, las escaleras eran angostas y no había ventanas solo una puerta pequeña. El único lugar que dejaba entrar un poco de luz era una ventana en la cocina que daba al patio, el cual estaba lleno de maleza, los rosales crecían muy alto y no nos dejaban pasar, los chamacos hicieron un camino el cual daba a unos cuantos metros de un cuarto de tiliches  y nos escondíamos para jugar, aunque con cierto miedo. Creo que ese tiempo fue maravilloso pues también tuvimos la oportunidad de conocer a Chabelo, sí, ese que sale en la televisión, un día vino a promocionar unos dulces y fue una gran sorpresa tomarnos fotos y deleitarnos con esos polvitos agridulces con sabor a fruta…ah en verdad eran deliciosos y ni qué decir cuando venían los juegos mecánicos, los que se ponen en la plaza, los juguetes que vendían eran muy diferentes a los de ahora, había unas muñecas con un enorme vestido de esponja y lentejuelas, ¡en verdad eran hermosas!, los trastecitos de barro con ese aroma tan peculiar del barro, y las pulseras de plástico, todo eso era lo que nos encantaba  de las fiestas y así fui creciendo en la colonia centro en donde nos cambiábamos de una casa a otra siempre en el mismo lugar. Ya un poco más grande recuerdo que mis juegos eran jugar a la maestra, rodeada siempre de chiquillos utilizando como gis, pedazos de carbón, mi mayor ilusión era ser maestra, y buscaba la mayor oportunidad para reafirmar y demostrar que algún día seria una gran maestra.

Lupita Gálvez (1 de 3)

Imaginando


Si que imaginaba…

La creencia más desagradable era imaginar como acabaría el mundo, escuchar el relato bíblico del arca de Noé me sorprendía; mas que sorprenderme  me ponía a pensar que tendría que saber nadar, por si algo parecido sucediera. Aunque sabía  que se aclaraba en un versículo que nunca más se volvería a acabar en agua el mundo, trágica la otra opción era lumbre. No tengo idea de por cuanto tiempo me martirizó ese pensamiento.

Creía que en 1999 el hombre conquistaría el espacio, hasta viajaríamos al espacio, me agradaba todo lo relacionado al espacio exterior, recuerdo algo de star treck me gustaba mucho ver los trajes que usaban los protagonistas y el hombre con las orejas puntiagudas, buenas fantasías para esos momentos.

Llegué a creer que existían los héroes como el Santo, Blue Demon, Mil Máscaras, había uno con máscara amarilla y negro, de momento olvido el nombre. Me aprendí muchos nombres de enmascarados ya que mi hermano Manuel llenaba unas platillas con cartas de luchadores. En la tele o en el cine era más común ver al Santo, Blue Demon, creo que Huracán Ramírez y Mil Máscaras también salían.

Recuerdo a superman, Batman y Robín, y a todos los super héroes y si creí que volaban y el poder estaba en la capa. (Si llegué a pensar cómo conseguir una capa.)

Concluyo que fue bueno deshacerme de la creencia del diluvio y entusiasmarme más con héroes, personajes espaciales, robots, y hasta con el hombre y mujer biónica.
(Mucho para seguir contando)
Anahlii Ramos Burgos.

Tela diáfana



Me despierta un extraño resplandor que toca la ventana de la habitación; en la casa de mis abuelos, lo recuerdo bien. Pero no lo recuerdo tan bien, como el olor a semitas recién salidas de la estufa de leña y el fuerte (y predominante) olor del café negro de todas las mañanas de invierno.
También recuerdo muy bien la imagen característica de esas mañanas en la casa de mis abuelos. Mi abuelo sentado con una pequeña taza con el café humeante, el periódico que le tapaba la cara y su peculiar cruzado de piernas. También a mi abuela, sentada del otro lado con sus diferentes tejidos y su taza café de peltre.
Ese día me levanté, casi volando de la cama. Y como es costumbre, traía un calcetín (el del lado derecho) y el otro lo había hurtado alguna de las mil cobijas con las que me había tapado.
            ¡Hacía un frío de mil inviernos juntos!
            Salí corriendo a la puerta de la cocina, y poco antes de salir, me pesca mi apá Daniel del pijama aborregado, diciéndome con su voz aguardentosa: “No vas a salir así. Dile a tu mamá Esperanza que te ponga chaqueta.”
            Regresé desesperada a que me pusieran ropa adecuada para salir. Y, de hecho, no aguanté y salí, dejando los guantes sobre la cama que por cierto, aun no se tendía.
            Cuando logré salir, mi apá Daniel me tenía prensada de la mano, pues esas habían sido las órdenes de mi ama Esperanza; “Que no se te vaya a ir a la calle, Daniel”.
            Y cuando dejó de observarnos, mi abuelo me soltó, dejándome tocar esa tela blanca que caía delicadamente sobre los rosales, los árboles atmosféricos, algunos arbustos, por el suelo… ¡Por doquier! Era una tela tan diáfana, que hasta lucía su brillo como si fuesen destellos de una estrella.
            Era la primera vez que veía tal hermosura, tan así que ni el nombre sabía. Me agaché lentamente para lograr saborear el congelante vientecito que arrojaba esa tela. Cuando zambullí mis pequeñas y esponjosas manitas, las dejé por un rato; hasta que su humor tan helado, me hizo sentir que se me estaban quemando las manos.
            “¿Qué es, apá?” le pregunté, mientras me frotaba las manos y me quedaba observando la silueta que había quedado en el suelo. “Se llama, nieve.”, respondió, mostrando una ligera sonrisa, causada por mi ingenuidad.
            Ese invierno no lo olvido, sigue bien adherido a la memoria de mi infancia.

Shite Torres Figueroa

sábado, 15 de septiembre de 2012

Remolino

Hoy por la mañana el sol  brillaba, pero soplaba  un  ligero  aire, de pronto se formó un pequeño remolino que levantaba hojas secas, algunos papeles  y tanto polvo  que lastimaba  los ojos, rápidamente  entré  a  la casa, seguí  viendo  a través de la ventana, recordé a mi querida abuelita, que  nos decía que el diablo venía  en un remolino  para llevarse  a los niños  desobedientes, nos  contaba historias  de esto mientras  salíamos  por la tarde  a regar sus plantas, me gustaba estar con ella, también a mis primos; para llegar a su casa  caminábamos por   las  veredas, algunas parejas y otras   con piedras, había arboles  de membrillo, duraznos, albaricoque, ciruelas, higueras, manzana, álamos, pinos.  

Recuerdo que había varias casas de color verde oscuro y techos  rojos, supongo  que la mina les facilitaba la pintura a sus  trabajadores, ya que la mayoría de los hombres  del  histórico e inolvidable  pueblito  de Buenavista, cerca de  Cananea,  eran mineros . Había  también  de madera  y lámina, otras de adobe, blanqueadas con cal, decían  que se alejaban  los   insectos dañinos.

Juan era el mayor de mis primos, y el más travieso, seguía  Roberto, Manuel, Raúl, Mariana, Nely. Siempre  estábamos  juntos.  Juan  de  diez  años  decía que ya  era mayor  por lo que podía fumar  de vez en cuando, se  escondía  en el  subterráneo  de su casa, después de  tomar algunos cigarros de mi  tío, nosotros vigilábamos  para que no lo descubrieran, mientras comíamos  manzanas  que mi tía  envolvía  en papel para que maduraran, hacía bromas todo el día, peleaba con los niños, era muy desobediente, nos asustaba  hablando  de espantos, pero nos cuidaba de todo, siempre con su resortera, pantalones con tirantes, moreno, ojos negros, grandes y alegres, alto, delgado  y feliz. En  ocasiones  estaba callado, con la mirada perdida  en el infinito jugueteando  con un mechón de su cabello, y de pronto, decía una broma o molestaba  a uno de sus hermanos, principalmente a Roberto.

Decía que  no sabía qué era el miedo, sin embargo  cuando veía un remolino corría a esconderse, no salía  hasta que  desaparecía  y  por supuesto  con  las debidas precauciones   porque pensaba  que podía  llevárselo .

 

Guadalupe Palomera Vásquez.

Yo no me llamo Juan


Me preguntaba que si por que dentro de mi familia había muchos con el nombre Juan. Estaba mi padre, mi tía, mis dos hermanos y un primo, todos con el primer nombre Juan. 

Mi madre me contó que a mis dos hermanos mayores los llamó Juan, porque es el nombre del hombre al cual mas quiere y con el cual se casó. E igual a mi me llamarían Juan.

El hermano de mi abuelo paterno, el cual nunca tuvo hijos por lo cual le llenaba de emoción saber que yo nacería, le pidió a mi madre masajeándole el vientre, ser mi padrino de bautizo; mis padres estuvieron de acuerdo ya que lo querían mucho.

Seis días antes de mi nacimiento mi padrino había muerto, le llenó de ilusión el saber que aunque no tendría oportunidad de bautizarme, yo llevaría su nombre y lo conocería como mi padrino.

Por mi abuelo me llamo Jesús y por mi padrino me llamo Andrés.

 

Andrés Oquita

Mi nombre...


Era una tarde de esas  frescas

Con olor a muy temprano... lloviznaba;

Mi creador escuchaba a mi madre

... cuando  llorando de felicidad les sorprendí  yo.

 

La dicha  y la felicidad… abrieron las puertas de mi casa

Un padre, un hermano, cuatro abuelos, quince tíos…

Vecinos, amigos... ¿Qué se yo?

Son tu familia: sonriendo  dijo y allí nos dejó.

 

Mi madre  dijo, la llamaremos  María Felicitas

En honor de sus dos segundas  madres.

Lista para la vida lucía ya más completa

Cuerpo, salud, nombre y familia, que más pidiera?

 

Conocí la dicha de primera hija, viví  el placer  de ser  tan esperada

Y aunque ya no están conmigo, quienes sus nombres me heredaran

Igual las sigo firmando y aquí las llevo conmigo

Siguen dándole vida a mi alma.

 

María Felicitas Vera Vásquez.

Esas fiestas y sus historias


¡Por poco y olvido aquella antiquísima historia de la primaria! ¡Ah, qué buen susto me llevé aquella noche!

Resulta que era un día de octubre, días últimos. Festejábamos “La noche de brujas” en la primaria. Todo en verdad era tranquilo; la música era variada, escuchabas el típico cuchicheo de los compañeros y las maestras, y eso sí, el salón adornado de una manera un tanto fantasmagórica. 

Me acerqué al pequeño grupo de alumnos con mi vasito desechable, esos de color rojo, con un juguito extraño que alguna mamá de una compañera había preparado para la ocasión. 

En el grupito había alguien con una bata negra y una máscara, simulando ser una copia de… de no sé qué, había también una porrista y una supuesta geisha y unos cuantos con el disfraz a medias. Ya había terminado la pasarela de disfraces así que igual te podías desvestir si así lo querías.

Una de ellas, mi mejor amiga en aquellos años, contaba: “Se dice que en esta escuela murió una directora, la mejor y las más regañona, hace muchos, muchos años”, y aunque su tono de voz era muy agudo y sus palabras eran torpes y casi absurdas; eso, sin mencionar la manera tan graciosa de gesticular, causaba una extraña sensación de cómo cuando se te eriza la piel.

Y continuaba: “Nadie sabe exactamente cómo fue que murió, pero se dice, se rumora y se cuenta por ahí que en las noches anda por aquí. Pero no hay nada de qué preocuparse, sólo se aparece en los baños.”

En ese momento podía jurar que la sangre se me había congelado. Porque, casualmente, le había agarrado mucho cariño al juguito ese que estaba tomando. Era obvio que necesitaría salir en cualquier momento.

De repente sale una de las niñas, la porrista, diciendo que eso no era posible, que eran cuentos viejos y que ella no tenía miedo. Y yo, ingenua e inocente (y con muchas ganas de ir al baño) le dije que si me podía acompañar.

La convencí. Y ahí vamos las dos niñitas. Una muy valiente y decidida y la otra con frío y con muchísimo miedo. Si, esa última era yo. Una vez que cruzamos los pasillos de la escuela y que estábamos enfrente de la puerta de los baños, la otra niña tragó gordo y me tenía prensada de la mano. “Vamos... hay que entrar” Le decía a la porrista tras su espalda.

Cuando las dos estábamos adentro, nos quedamos paralizadas en medio. Ni una ni la otra hacía algo, sólo estábamos ahí paradas viendo a los alrededores del lugar, como si nunca lo hubiésemos visto antes.

Yo no sé qué sentía la otra niña, pero yo estaba horrorizada. Tanto que no sé cómo fue que no comencé a llorar. Sentía frío y sudaba helado. No podía soltar la mano de la porrista y ella tampoco a mí.

“¿no te quieres ir?” me dijo la porrista.

¡Deseaba irme lejos de donde estaba! Pero no me podía mover. A los pocos minutos la niña da algunos pasos a la puerta de uno de los bañitos y dándome apoyo me dice que no hay de que temer. Abre la puerta y dice “Vez, no hay nada malo”.

Recuerdo haberle sonreído, y ya un poco más tranquila me acerqué a ella, sin temor a nada. Cuando toqué aquella puerta blanca, helada y de material hueco, el viento gritó fuerte haciendo tambalear algunos árboles, provocando un estrepitoso sonido de la otra puerta (la puerta para entrar al cuarto donde estaban todos los bañitos)

¡La puerta estaba cerrada! Debo admitir que si me asusté muchísimo, pero puedo asegurar que no tanto como la porrista. Me abrazó, no… me estrujó y comenzó a llorar histéricamente muy cerca del oído.

Y cuando el viento tuvo consideración de nosotras, pudimos salir. Con las piernas heladas y con la fuerza casi extinguida. Y la otra niña pasó de ser una linda porrista, a un mapache con faldita.

Pero bien, tal vez fue el viento quien nos pegó ese susto… tal vez fue aquella directora. Quién sabe, tanto miedo no nos dejaba creer en nada.

 Shite Torres Figueroa

 

Instrucciones para pensar

Silencio y no silencio, ruidos de pluma sobre la mesa de trabajo.

(Prefiero algo de ruido, en ciertas ocasiones el silencio suele ser tan vacío.)

Entrecierro mis ojos: Ideas imágenes y palabras como la magia de un torbellino en el desierto rosa.

Bajo mi mirada hacia el cuaderno, la tinta azul de la pluma se desliza con firmeza intentando acomodar ideas combinadas para utilizarlas en ese escrito.

Expresar una idea con palabras puede resultar tan fácil o difícil tal cual la aptitud en una oratoria. La gran ventaja de escribir la palabra es tener la opción de corregir lo escrito, y cambiarlo como lo haría el remolino bajo el cielo amarillo a su paso por el camino, retomando el sendero para la palabra.

Anahlii Ramos Burgos

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La Novia


Era una noche de Febrero, hacia frio, las calles estaban  húmedas y en algunos rincones  había hielo, la luna estaba rodeada de nubes  grises, era una noche muy oscura,  veníamos mi esposo y yo de visitar a mi hermana, era cerca de las diez de la noche, pasamos  frente al Centro de Salud , por la Avenida  Obregón, al doblar la esquina para tomar la Calle Primera  me llamó la atención ver  una mujer vestida de novia, estaba sola y caminaba del  lugar de las amonestaciones hasta la puerta  de la iglesia, se asomaba  inclinándose un poco, todo me parecía natural , le comenté a mi esposo, él no la había visto, me dijo que era imposible  porque era martes y muy tarde, hasta ese momento  me di cuenta que  no era normal  lo que estaba viendo.  Insistí , le dije que  se fijara al hacer  el alto  para bajar por la Avenida   Sonora, frente a la tienda La loma,  y pudimos verla de cerca, el vestido estaba  maltratado, ella un poco despeinada, en la mano llevaba un ramo de color blanco, el recorrido fue el mismo, del  lugar de las amonestaciones  a la puerta  de la iglesia, la cual estaba cerrada, sentí un escalofrío,  mi esposo también estaba  asustado, de pronto se desvaneció, bajamos rápidamente la cuesta.   Desde ese día  cuando paso de noche si  vengo  sola no veo hacia la iglesia y  en ocasiones  prefiero cambiar de camino , por otras calles  que me lleven a Cananea  Vieja  donde  he vivido  siempre.

Mientras escribo, todos los ruidos me sobresaltan.

 Gpe. Palomera V.

Como vestirse en un día nublado


Por naturaleza, por vergüenza o por pudor el ser humano  ha necesitado  desde siempre con qué cubrir su interior, quién no despierta  lleno de emoción, tarareando una canción buscando, no digo ropa, sino mas bien un color, la textura, el estampado,  para estar acorde con la emoción de un día nublado,  después de agradecer el día y estar limpios en nuestro interior,  adornarnos  con una sonrisa y caminando de puntitas, llegamos al primer cajón, de donde obtendremos las primeras prendas que  al día darán sabor, de pie y a medio vestir miraremos por la ventana para saber decidir, quizá una pana rallada….que nos dará su calor, o una estrecha mezclilla para hacer de hoy un día coquetón, por cierto que este día la mezclilla fue elección, la parte superior la vestimos de acuerdo al matiz de nuestro  corazón, cierto es que sabiéndote seguro y bien vestido …lo de menos son los pies.
 
Mary Vera V.

lunes, 27 de agosto de 2012

¿Qué sería...


¿Que sería un error sin memoria?

¿Una memoria sin recuerdos?

¿Recuerdos sin sentimientos?

 

La lluvia, una vez más,

Me mojó el pensamiento con los ayeres

De una vida virgen, inocente, tierna.

Con la piel de durazno y los labios carnosos.

De palabras torpes y miradas diáfanas.

Así como las manos suevas, sin oficio.

¡Ah, recuerdo la niñez!

 

Los tantos juegos aprendidos

y uno que otro improvisado.

El correr para no traer “la roña”

O para no ser “encantado”.

Gritar sin miedo a ser callado,

Reír por el placer de vivir.

¡Ah, recuerdo la niñez!

 

Brincar sobre los charcos de agua helada

Y cubrir las manos con capas de lodo.

De ese lodo de tierra casi naranja.

¡Ah, recuerdo la niñez!

 

Correr,

Caer,

Ver que tus rodillas sangran,

Pero levantase para seguir corriendo.

Para seguir siendo libre. Feliz.

¡Ah, como recuerdo mi niñez!

Porque si algo tuve,

Y en abundancia, fue;

lodo, sonrisas e infancia.
 
Shite Torres Figueroa

Mi nombre

Mi nombre es Luis Francisco. Nunca he tenido afinidad a él, siempre he pensado que son dos nombres muy comunes y nada especiales. De los dos muchas veces prefiero que me llamen Francisco, a pesar de que llevo ese nombre por mi padre –con el cual nunca me he llevado nada bien-. Es el único nombre con el que me identifico. Luis es un nombre que le gusto a mi madre, no creo que alguno tenga una historia relativamente especial, pero son mi legado me guste o no y cada quien terminara dándole la historia y honor que merece. No se si llegue a otorgarle algún estigma a este nombre o alguna gloria, no se si algún día llegue a cambiarlo, lo que si se es que cada persona le da su historia a su nombre y espero que ese día llegue pronto para el mio.

Francisco Quiroga

Celos de tus ojos

Siempre vienen a mi mente recuerdos y este está muy latente fue una mañana en la que fuimos a visitar a una amiga de mi mamá ella se llama Olí, fuimos mi madre, mi abuela y mis primas yo. Tenía como 7 años y recuerdo cuando íbamos bajando por el callejón que desde arriba se divisaba la casa de ella, era muy bonita a mi me parecía, era de color café  y las paredes estaban decoradas con piedras lisas y la puerta tenía un lente que me llamaba mucho la atención pensaba  que era fabuloso porque de esa manera podías ver antes de abrir la puerta y por otro lado que estaba bien pensado por aquello del peligro que fuera alguien indeseable o quizá si no querías abrirle a tal o cual persona  me gustaba mucho ir a esa casa, también tenía un barandal y una hermosa enredadera que llegaba hasta el techo de la casa, cuando llegábamos éramos muy bien recibidas, era fascinante desde que entrabamos a la casa tenía una sala muy grande y bien arreglada, cada cosa en su lugar  y tenía un tapete que empezaba en la puerta y terminaba hasta el último cuarto, atravesaba toda la casa.  Olí era una persona muy agradable y bonita era de una estatura no muy alta  más bien era bajita y siempre estaba sonriente,  la admiraba,  siempre andaba muy bien vestida.

 Ese día comimos pastel y después de un rato de que mi abuela y mi madre platicaran,  mi abuela les contó que a mí me gustaba cantar  y me dijo que cantara para ellas, yo sentí un poco de vergüenza pero de todos modos canté  una canción de Daniela Romo que se llama ”Celos de tus ojos”; para la ocasión usaba un vestido que me gustaba mucho, era un conjunto de blusa y falda como rosita con un cinto de color rojo y también me puse un anillo que me regaló Viki la vecina y amiga de mi madre.

El tiempo ha pasado ya, mi abuela falleció  mi madre está madura y con nietos,  Olí se casó y tiene dos hijas  y un hijo, vive en la misma casa pero  no es la misma ya se ha deteriorado con los años, pero en mi mente sigue latente aquel momento aunque yo también cambié,  ya estoy casada y tengo tres hijos pero sigue la emoción cada que recuerdo aquel momento, que ese  sí que no,  nunca cambiará.
Verónica Canela Bracamonte

¿Castigo o regalo?


Al inicio de mi carrera en el magisterio del estado, el maestro Rodolfino  de la SEC, me asignó una plaza en el último pueblo al sur de  Sonora algunos maestros me comentaron  que era zona de castigo y me asuste , sin embargo, viaje a la ciudad de Álamos para  ahí tomar el autobús que me llevaría mi destino, caminé  por la tarde admirando las calles y angostos callejones empedrados , la iglesia ,casas  balcones y hermosas  enredaderas en las ventanas, al día siguiente subí al Tropical , así llamaban al camión del Chinal. Recuerdo que no tenia techo , en caso de lluvia  le colocaban una lona sobre unos tubos en forma de arco, el camino era de terracería , pasamos por el rio Cuchujaqui pues rodea todos los pueblos  , estuve a punto de caer varias veces ,hasta que Daniel el chofer, un joven de veinte años, moreno de ojos verdes, me invitó a sentarme en  la cabina junto a él y  don  José , acepte  de inmediato. 

Le comenté  a Daniel  que renunciaría pues estaba demasiado lejos, esto me hizo tranquilizarme, conocí algunos frutos como los papaches, muy amargos, los papachitos  borrachos, muy dulces, pero tienen las propiedades del vino, también un pequeño fruto que  sirve para lavar ropa.

Después de cinco horas subimos una empinada y alta cuesta, a la derecha  vi un gran monumento de Cristo Rey, a sus pies se encuentra  el pueblo, al entrar  me sorprendió  lo que   veía,  las mujeres llevaban agua del pozo en cántaros sobre la cabeza,  los muchachos a caballo vestían  pantalón mezclilla, camisa amarrada con un nudo, pañuelo  alrededor del  cuello, sombrero y algunos con pistola, la mayoría  con ojos claros,  las casas de adobe, con su cocina fuera de la casa, los patios con muchos árboles, en ese momento olvidé que había pensado  renunciar.

Esa noche el director Abraham ,me llevo a casa de una familia muy amable, al día siguiente conocí a los que serian mis compañeros  e inseparables amigos  , Alfredo, Oscar , Betty, Lidia , Carmelita, juntos pasamos momentos muy felices ,por las tardes  Oscar y Chaman el joven director tocaban  la guitarra y cantaban, mientras tomábamos café, el comisario Momo nos presto una casa, sentía que era un sueño , fui  completamente feliz.

Pero todo principio tiene su fin, llego como relámpago el fin de cursos, mis compañeros se fueron lado de su familia, yo me quede hasta el ultimo momento, me resistía a dejar el pueblo, al Tropical, el canto de los gallos al amanecer, el trotar de los caballos que iban a las milpas, los alegres gritos de los niños, la hora de la cena a la luz de la lámpara, a mis amigos, las serenatas, las tardes, que paseábamos a caballo. Fue un gran regalo estar  en ese lindo pueblo.

Aun indecisa una mañana subí al camión, a mi inolvidable  Tropical , Daniel sin decir nada empezó a  recorrer  las callecitas del pueblo, los niños de la escuela  nos seguían diciendo adiós, en la salida del pueblo estaban mis amigos, amigas, mi novio a caballo, Daniel me  preguntó qué haría, y tomé  la decisión más difícil de mi vida , dejé  atrás la mejor época de mi vida. Les dije  adiós.

Guadalupe  Palomera.

viernes, 24 de agosto de 2012

Si ya no la quieres

 Si ya no la quieres no la molestes, no tienes por qué fijarte en ella, ignórala que se de cuenta que ya no te importa, hasta hazla sufrir.

Si ya no la quieres por ningún motivo vayas a prestarle cosas personales, y mucho menos estés fingiendo en los panteones que te duele lo que a ella, no le hables, es mejor que se de cuenta que ya no la quieres que ya no te importa, olvídate de su existencia, no tiene caso que ella se de cuenta que la recuerdas, ni se te ocurra mucho menos regalarle una flor ya sea una rosa o una orquídea porque sabes que con eso se derretiría por que eso ya son palabras mayores, ella pensaría que sí la quieres y túsabes que en realidad ya no la quieres, que lo que fue ya no es, recuerda que los animales son su debilidad así que tampoco le vayas a querer regalar algún cachorro de alguna especie; y los domingos mucho menos, esos días son especiales para ella, así que del café ni hablamos, nunca nunca se te ocurra querer invitarla un café, y a sus hijos ni se los menciones, olvídate mejor vete a vivir a otro país donde las mujeres canten en otro idioma.
No te queda más mejor pártele…el padre.

Verónica Canela Bracamonte

Esta es una fotografía

… que me llena mucho ver, es de cuando cumplí dos años de edad, me celebraron con un pastel en cas de mi abuela materna, allá frente a la lechería Quiroga en una casa que era muy fresca en el verano y muy calientita en invierno, tenía un patio enorme donde siendo niño no había tiempo para enfadarse, mucho menos si era tiempo en que los árboles frutales estaban cargados… Recuerdo claramente el ardor en la piel que nos provocaba la leche que salía de la higuera al cortar sus frutos, allá por el Ejido de Cananea Vieja. En ese tiempo mi familia vivíamos en el rancho de La Mariquita que obviamente estaba ubicado en la falda de la sierra que lleva el mismo nombre; bajábamos a Cananea cada quince días o cada mes para llevar provisiones. Éramos mis padres, mi hermano y yo; en ese tiempo nos llevaban a caballo o a pie.
Yo no recuerdo mucho de estas vivencias pero aprendí a vivirlas y disfrutarlas en las palabras y la emoción de mis familiares al contarnos tantas aventuras que vivieron con nosotros al hombro. Como ese rancho pertenecía al Ejido José María Morelos, San Pedro, mi padre salía mucho para allá, cuando no andaba en las corridas de ganado estaba campeando, fue muy buen cocinero entre sus compañeros, hacía un rico y aromático café de olla, horneaba pan y consentía el paladar de muchos, debieron saber a gloria estos manjares campiranos, acompañados de sus respectivos burritos paseados que algunos llevaban, así es que cuando había que bajar a la ciudad por alguna vacuna o visitas médicas, nos cuenta mi má que nos traían dos leñadores que subían seguido a la sierra a traer leña para sus casas o para vender, ellos eran un señor apodado El Trucutrú y otro a quien decíamos El Cubano. Hemos tenido el placer de reencontrarlos, presentarnos con ellos y a todos nos da mucho gusto saludarnos, siguen con pie firme como entonces, fuertes como robles y nobles, con esa sonrisa de siempre; gente buena de pueblo, mi gente, estamos eternamente agradecidos por todas sus inolvidables atenciones y paseadas en burro y cargadas a gogote como dicen ellos.

Mary Vera Vásquez

El nombre

Hay felicidad en este hogar y una novedad, todos  comentan: ¿Cómo será?
Y es que desde hace mucho tiempo no había tanta dicha, llegará  un nuevo integrante y será niña.
- ¿Cómo le vamos a poner? Preguntó mi madre.
- Quizá Ana, o tal vez Mercedes, respondió la abuela… o Ana Mercedes.
- Mejor que se llame Alejandra.
- ¿Alejandra? No, no. Que se llame mejor Roxana.
- ¿Roxana? Preguntó mi madre.
- Sí, sí, Roxana sí. Es un elegante nombre. Se llamará Roxana.

Mi hermana se llama entonces Roxana.

Y yo pregunté: ¡Por qué me llamo Verónica?
- Tú te llamas Verónica porque así te puso tu padre, dijo mi madre. Verónica como la muchacha hermosa que él conoció allá en Tijuana cuando fue a trabajar.
Entonces Verónica soy. Después supe que es un nombre hebreo y su significado es: muy agradable, complaciente, que trae consigo la paz.
Me evoca mujer, dispuesta, servicial, amiga, madre, luchadora.
Simplemente Verónica.

Verónica Canela Bracamonte