Recuerdo
con inmensa alegría y satisfacción los juegos de la niñez, era una niña
delgadita, muy delgada, con mirada soñadora y sonrisa coqueta, me encantaba
jugar a cuidar a los enfermos, ya que los chamacos, que eran pocos, jugaban a
las guerritas; Carlos era un niño alto de tez morena clara flaco como un espárrago,
sus pantalones cortos me llamaban
poderosamente la atención y también sentía una gran admiración por él, Paz era
la hermana mayor, era una niña regordeta, cabellos largos lacios y gustaba de
jugar con los hombres, corría con aquellas voluptuosidades, y cuando corría se
agitaba tanto que nos pegábamos cada susto, me encantaba verla pues a mi mente
llegaban hermosos recuerdos de Lolis la gordis mi personaje favorito de Periquita
¡ah! Quien pudiera revivir esos momentos cuando me sentaba a leer mi historieta
favorita y soñaba ser parte de esa historia; aun viene a mi mente cuan
desesperada me sentía a veces pues quería ir a comprar mis historietas y
enseñárselas a Luz, aunque ella prefería jugar con los chamacos; y qué decir del Manolo, era un chamaco con
cabellos entre dorado y café, siempre con el cabello de lado gritaba corría y
gustaba de jugar al carro, de repente sale la señora Aída, mamá de Carlos, Paz
y Manolo, su mirada era muy penetrante y adusta vestía de ropas largas y todo
el tiempo de color azul, nos regañaba por todo y nada, era una maestra de Comercio.
Nos gustaba jugar afuera de la tienda de ellos, de repente nos llevábamos cada
regaño pues no les gustaba que lo hiciéramos ahí; tenía un aroma la tienda difícil de describir, el papá
hacia una paletas deliciosas, nos
encantaban las de tamarindo, eran en verdad especiales, ese era nuestro
punto de reunión, se llegaban las tardes y los chamacos solían contar
historias un poco fuertes, la tienda de
ellos también era su casa, había un pequeño pasillo por el cual podíamos llegar
hasta la cocina, y en ese pasillo de repente se oía decir al papá: “Manolo deja
de tocar”- refiriéndose al piano, sin embargo nosotros estábamos en la cocina o
algunas veces en la tienda sentados conversando, y otra vez volvíamos escuchar
decir con voz fuerte: “dejen de tocar el
piano”, a lo que salía alguien y decía no hay nadie aquí…y salíamos corriendo.
Prometiendo no volver pero se nos olvidaba y lo volvíamos a hacer, la casa de
ellos tenía un aire de misterio, pues para bajar a las habitaciones no había
luz, era una casa un poco tétrica, y con un aroma inexplicable, las escaleras
eran angostas y no había ventanas solo una puerta pequeña. El único lugar que
dejaba entrar un poco de luz era una ventana en la cocina que daba al patio, el
cual estaba lleno de maleza, los rosales crecían muy alto y no nos dejaban
pasar, los chamacos hicieron un camino el cual daba a unos cuantos metros de un
cuarto de tiliches y nos escondíamos
para jugar, aunque con cierto miedo. Creo que ese tiempo fue maravilloso pues
también tuvimos la oportunidad de conocer a Chabelo, sí, ese que sale en la
televisión, un día vino a promocionar unos dulces y fue una gran sorpresa tomarnos
fotos y deleitarnos con esos polvitos agridulces con sabor a fruta…ah en verdad
eran deliciosos y ni qué decir cuando venían los juegos mecánicos, los que se
ponen en la plaza, los juguetes que vendían eran muy diferentes a los de ahora,
había unas muñecas con un enorme vestido de esponja y lentejuelas, ¡en verdad
eran hermosas!, los trastecitos de barro con ese aroma tan peculiar del barro,
y las pulseras de plástico, todo eso era lo que nos encantaba de las fiestas y así fui creciendo en la colonia
centro en donde nos cambiábamos de una casa a otra siempre en el mismo lugar.
Ya un poco más grande recuerdo que mis juegos eran jugar a la maestra, rodeada
siempre de chiquillos utilizando como gis, pedazos de carbón, mi mayor ilusión
era ser maestra, y buscaba la mayor oportunidad para reafirmar y demostrar que
algún día seria una gran maestra.
Lupita Gálvez (1 de 3)
Al escribir, de manera muy frecuente sentimos que lo que deseamos decir no es precisamente lo que estamos escribiendo. Escribir es darle cuerpo, forma,textura a nuestro pensamiento.
viernes, 28 de septiembre de 2012
Imaginando
Si que imaginaba…
La creencia más desagradable era
imaginar como acabaría el mundo, escuchar el relato bíblico del arca de Noé me
sorprendía; mas que sorprenderme me
ponía a pensar que tendría que saber nadar, por si algo parecido sucediera.
Aunque sabía que se aclaraba en un
versículo que nunca más se volvería a acabar en agua el mundo, trágica la otra
opción era lumbre. No tengo idea de por cuanto tiempo me martirizó ese
pensamiento.
Creía que en 1999 el hombre
conquistaría el espacio, hasta viajaríamos al espacio, me agradaba todo lo
relacionado al espacio exterior, recuerdo algo de star treck me gustaba mucho
ver los trajes que usaban los protagonistas y el hombre con las orejas
puntiagudas, buenas fantasías para esos momentos.
Llegué a creer que existían los
héroes como el Santo, Blue Demon, Mil Máscaras, había uno con máscara amarilla
y negro, de momento olvido el nombre. Me aprendí muchos nombres de enmascarados
ya que mi hermano Manuel llenaba unas platillas con cartas de luchadores. En la
tele o en el cine era más común ver al Santo, Blue Demon, creo que Huracán
Ramírez y Mil Máscaras también salían.
Recuerdo a superman, Batman y Robín,
y a todos los super héroes y si creí que volaban y el poder estaba en la capa. (Si
llegué a pensar cómo conseguir una capa.)
Concluyo que fue bueno deshacerme de
la creencia del diluvio y entusiasmarme más con héroes, personajes espaciales,
robots, y hasta con el hombre y mujer biónica.
(Mucho para seguir contando)
Anahlii Ramos Burgos.
Tela diáfana
Me despierta un extraño
resplandor que toca la ventana de la habitación; en la casa de mis abuelos, lo
recuerdo bien. Pero no lo recuerdo tan bien, como el olor a semitas recién
salidas de la estufa de leña y el fuerte (y predominante) olor del café negro
de todas las mañanas de invierno.
También recuerdo muy bien
la imagen característica de esas mañanas en la casa de mis abuelos. Mi abuelo
sentado con una pequeña taza con el café humeante, el periódico que le tapaba
la cara y su peculiar cruzado de piernas. También a mi abuela, sentada del otro
lado con sus diferentes tejidos y su taza café de peltre.
Ese día me levanté, casi
volando de la cama. Y como es costumbre, traía un calcetín (el del lado
derecho) y el otro lo había hurtado alguna de las mil cobijas con las que me
había tapado.
¡Hacía
un frío de mil inviernos juntos!
Salí
corriendo a la puerta de la cocina, y poco antes de salir, me pesca mi apá
Daniel del pijama aborregado, diciéndome con su voz aguardentosa: “No vas a
salir así. Dile a tu mamá Esperanza que te ponga chaqueta.”
Regresé
desesperada a que me pusieran ropa adecuada para salir. Y, de hecho, no aguanté
y salí, dejando los guantes sobre la cama que por cierto, aun no se tendía.
Cuando
logré salir, mi apá Daniel me tenía prensada de la mano, pues esas habían sido
las órdenes de mi ama Esperanza; “Que no se te vaya a ir a la calle, Daniel”.
Y cuando dejó de observarnos, mi abuelo me soltó,
dejándome tocar esa tela blanca que caía delicadamente sobre los rosales, los
árboles atmosféricos, algunos arbustos, por el suelo… ¡Por doquier! Era una
tela tan diáfana, que hasta lucía su brillo como si fuesen destellos de una
estrella.
Era
la primera vez que veía tal hermosura, tan así que ni el nombre sabía. Me
agaché lentamente para lograr saborear el congelante vientecito que arrojaba
esa tela. Cuando zambullí mis pequeñas y esponjosas manitas, las dejé por un
rato; hasta que su humor tan helado, me hizo sentir que se me estaban quemando
las manos.
“¿Qué
es, apá?” le pregunté, mientras me frotaba las manos y me quedaba observando la
silueta que había quedado en el suelo. “Se llama, nieve.”, respondió, mostrando
una ligera sonrisa, causada por mi ingenuidad.
Ese
invierno no lo olvido, sigue bien adherido a la memoria de mi infancia.
Shite Torres Figueroa
sábado, 15 de septiembre de 2012
Remolino
Hoy por
la mañana el sol brillaba, pero
soplaba un ligero aire, de pronto se formó un pequeño remolino
que levantaba hojas secas, algunos papeles
y tanto polvo que lastimaba los ojos, rápidamente entré a
la casa, seguí viendo
a través de la ventana, recordé a mi querida abuelita, que nos decía que el diablo venía en un remolino
para llevarse a los niños desobedientes, nos contaba historias de esto mientras salíamos
por la tarde a regar sus plantas,
me gustaba estar con ella, también a mis primos; para llegar a su casa caminábamos por las
veredas, algunas parejas y otras
con piedras, había arboles de
membrillo, duraznos, albaricoque, ciruelas, higueras, manzana, álamos, pinos.
Recuerdo
que había varias casas de color verde oscuro y techos rojos, supongo que la mina les facilitaba la pintura a
sus trabajadores, ya que la mayoría de
los hombres del histórico e inolvidable pueblito
de Buenavista, cerca de Cananea, eran mineros . Había también de madera
y lámina, otras de adobe, blanqueadas con cal, decían que se alejaban los
insectos dañinos.
Juan
era el mayor de mis primos, y el más travieso, seguía Roberto, Manuel, Raúl, Mariana, Nely. Siempre estábamos juntos. Juan
de diez años
decía que ya era mayor por lo que podía fumar de vez en cuando, se escondía en el subterráneo
de su casa, después de tomar algunos cigarros de mi tío, nosotros vigilábamos para que no lo descubrieran, mientras
comíamos manzanas que mi tía
envolvía en papel para que
maduraran, hacía bromas todo
el día, peleaba con los niños, era muy desobediente, nos asustaba hablando
de espantos, pero nos cuidaba de todo, siempre con su resortera,
pantalones con tirantes, moreno, ojos negros, grandes y alegres, alto,
delgado y feliz. En ocasiones
estaba callado, con la mirada perdida
en el infinito jugueteando con un
mechón de su cabello, y de pronto, decía una broma o molestaba a uno de sus hermanos, principalmente a
Roberto.
Decía
que no sabía qué era el miedo, sin
embargo cuando veía un remolino corría a
esconderse, no salía hasta que desaparecía
y por supuesto con
las debidas precauciones porque
pensaba que podía llevárselo .
Guadalupe Palomera Vásquez.
Yo no me llamo Juan
Me preguntaba que si por que dentro de mi familia había
muchos con el nombre Juan. Estaba mi padre, mi tía, mis dos hermanos y un
primo, todos con el primer nombre Juan.
Mi madre me contó que a mis dos hermanos mayores los llamó
Juan, porque es el nombre del hombre al cual mas quiere y con el cual se casó.
E igual a mi me llamarían Juan.
El hermano de mi abuelo paterno, el cual nunca tuvo hijos
por lo cual le llenaba de emoción saber que yo nacería, le pidió a mi madre
masajeándole el vientre, ser mi padrino de bautizo; mis padres estuvieron de
acuerdo ya que lo querían mucho.
Seis días antes de mi nacimiento mi padrino había muerto,
le llenó de ilusión el saber que aunque no tendría oportunidad de bautizarme,
yo llevaría su nombre y lo conocería como mi padrino.
Por mi abuelo me llamo Jesús y por mi padrino me llamo
Andrés.
Andrés Oquita
Mi nombre...
Era una
tarde de esas frescas
Con olor a muy
temprano... lloviznaba;
Mi creador
escuchaba a mi madre
... cuando llorando de felicidad les sorprendí yo.
La
dicha y la felicidad… abrieron las
puertas de mi casa
Un padre, un
hermano, cuatro abuelos, quince tíos…
Vecinos,
amigos... ¿Qué se yo?
Son tu
familia: sonriendo dijo y allí nos dejó.
Mi
madre dijo, la llamaremos María Felicitas
En honor de sus
dos segundas madres.
Lista para
la vida lucía ya más completa
Cuerpo, salud,
nombre y familia, que más pidiera?
Conocí la
dicha de primera hija, viví el
placer de ser tan esperada
Y aunque ya
no están conmigo, quienes sus nombres me heredaran
Igual las
sigo firmando y aquí las llevo conmigo
Siguen
dándole vida a mi alma.
Esas fiestas y sus historias
¡Por poco y olvido
aquella antiquísima historia de la primaria! ¡Ah, qué buen susto me llevé
aquella noche!
Resulta que era un
día de octubre, días últimos. Festejábamos “La noche de brujas” en la primaria.
Todo en verdad era tranquilo; la música era variada, escuchabas el típico
cuchicheo de los compañeros y las maestras, y eso sí, el salón adornado de una
manera un tanto fantasmagórica.
Me acerqué al pequeño
grupo de alumnos con mi vasito desechable, esos de color rojo, con un juguito
extraño que alguna mamá de una compañera había preparado para la ocasión.
En el grupito había
alguien con una bata negra y una máscara, simulando ser una copia de… de no sé
qué, había también una porrista y una supuesta geisha y unos cuantos con el
disfraz a medias. Ya había terminado la pasarela de disfraces así que igual te
podías desvestir si así lo querías.
Una de ellas, mi
mejor amiga en aquellos años, contaba: “Se
dice que en esta escuela murió una directora, la mejor y las más regañona, hace
muchos, muchos años”, y aunque su tono de voz era muy agudo y sus palabras
eran torpes y casi absurdas; eso, sin mencionar la manera tan graciosa de
gesticular, causaba una extraña sensación de cómo cuando se te eriza la piel.
Y continuaba: “Nadie sabe exactamente cómo fue que
murió, pero se dice, se rumora y se cuenta por ahí que en las noches anda por
aquí. Pero no hay nada de qué preocuparse, sólo se aparece en los baños.”
En ese momento podía
jurar que la sangre se me había congelado. Porque, casualmente, le había
agarrado mucho cariño al juguito ese que estaba tomando. Era obvio que
necesitaría salir en cualquier momento.
De repente sale una
de las niñas, la porrista, diciendo que eso no era posible, que eran cuentos
viejos y que ella no tenía miedo. Y yo, ingenua e inocente (y con muchas ganas
de ir al baño) le dije que si me podía acompañar.
La convencí. Y ahí
vamos las dos niñitas. Una muy valiente y decidida y la otra con frío y con muchísimo
miedo. Si, esa última era yo. Una vez que cruzamos los pasillos de la escuela y
que estábamos enfrente de la puerta de los baños, la otra niña tragó gordo y me
tenía prensada de la mano. “Vamos... hay que entrar” Le decía a la porrista
tras su espalda.
Cuando las dos
estábamos adentro, nos quedamos paralizadas en medio. Ni una ni la otra hacía
algo, sólo estábamos ahí paradas viendo a los alrededores del lugar, como si
nunca lo hubiésemos visto antes.
Yo no sé qué sentía
la otra niña, pero yo estaba horrorizada. Tanto que no sé cómo fue que no
comencé a llorar. Sentía frío y sudaba helado. No podía soltar la mano de la
porrista y ella tampoco a mí.
“¿no te quieres ir?”
me dijo la porrista.
¡Deseaba irme lejos
de donde estaba! Pero no me podía mover. A los pocos minutos la niña da algunos
pasos a la puerta de uno de los bañitos y dándome apoyo me dice que no hay de
que temer. Abre la puerta y dice “Vez, no hay nada malo”.
Recuerdo haberle
sonreído, y ya un poco más tranquila me acerqué a ella, sin temor a nada.
Cuando toqué aquella puerta blanca, helada y de material hueco, el viento gritó
fuerte haciendo tambalear algunos árboles, provocando un estrepitoso sonido de
la otra puerta (la puerta para entrar al cuarto donde estaban todos los
bañitos)
¡La puerta estaba
cerrada! Debo admitir que si me asusté muchísimo, pero puedo asegurar que no
tanto como la porrista. Me abrazó, no… me estrujó y comenzó a llorar
histéricamente muy cerca del oído.
Y cuando el viento
tuvo consideración de nosotras, pudimos salir. Con las piernas heladas y con la
fuerza casi extinguida. Y la otra niña pasó de ser una linda porrista, a un
mapache con faldita.
Pero bien, tal vez
fue el viento quien nos pegó ese susto… tal vez fue aquella directora. Quién
sabe, tanto miedo no nos dejaba creer en nada.
Instrucciones para pensar
Silencio y no silencio,
ruidos de pluma sobre la mesa de trabajo.
Anahlii Ramos Burgos
(Prefiero algo de ruido, en
ciertas ocasiones el silencio suele ser tan vacío.)
Entrecierro mis ojos:
Ideas imágenes y palabras como la magia de un torbellino en el desierto rosa.
Bajo mi mirada hacia el
cuaderno, la tinta azul de la pluma se desliza con firmeza intentando acomodar
ideas combinadas para utilizarlas en ese escrito.
Expresar una idea con
palabras puede resultar tan fácil o difícil tal cual la aptitud en una
oratoria. La gran ventaja de escribir la palabra es tener la opción de corregir
lo escrito, y cambiarlo como lo haría el remolino bajo el cielo amarillo a su
paso por el camino, retomando el sendero para la palabra.
Anahlii Ramos Burgos
miércoles, 5 de septiembre de 2012
La Novia
Era una noche de Febrero, hacia frio, las
calles estaban húmedas y en algunos
rincones había hielo, la luna estaba
rodeada de nubes grises, era una noche
muy oscura, veníamos
mi esposo y yo de visitar a mi hermana, era cerca de las diez de la noche, pasamos frente al Centro de Salud , por la Avenida Obregón, al doblar la esquina para tomar la Calle
Primera me llamó la atención ver una mujer vestida de novia, estaba sola y
caminaba del lugar de las amonestaciones
hasta la puerta de la iglesia, se
asomaba inclinándose un poco, todo me
parecía natural , le comenté a mi esposo, él no la había visto, me dijo que era
imposible porque era martes y muy tarde,
hasta ese momento me di cuenta que no era normal
lo que estaba viendo. Insistí ,
le dije que se fijara al hacer el alto
para bajar por la Avenida Sonora, frente a la tienda La loma, y pudimos verla de cerca, el vestido
estaba maltratado, ella un poco
despeinada, en la mano llevaba un ramo de color blanco, el recorrido fue el
mismo, del lugar de las
amonestaciones a la puerta de la iglesia, la cual estaba cerrada, sentí un
escalofrío, mi esposo también
estaba asustado, de pronto se desvaneció,
bajamos rápidamente la cuesta. Desde ese día cuando paso de noche si vengo
sola no veo hacia la iglesia y en
ocasiones prefiero cambiar de camino ,
por otras calles que me lleven a
Cananea Vieja donde
he vivido siempre.
Mientras escribo, todos los ruidos me sobresaltan.
Como vestirse en un día nublado
Por naturaleza, por vergüenza o por
pudor el ser humano ha necesitado desde siempre con qué cubrir su interior, quién
no despierta lleno de emoción,
tarareando una canción buscando, no digo ropa, sino mas bien un color, la textura,
el estampado, para estar acorde con la
emoción de un día nublado, después de
agradecer el día y estar limpios en nuestro interior, adornarnos
con una sonrisa y caminando de puntitas, llegamos al primer cajón, de
donde obtendremos las primeras prendas que al día darán sabor, de pie y a medio vestir
miraremos por la ventana para saber decidir, quizá una pana rallada….que nos
dará su calor, o una estrecha mezclilla para hacer de hoy un día coquetón, por
cierto que este día la mezclilla fue elección, la parte superior la vestimos de
acuerdo al matiz de nuestro corazón,
cierto es que sabiéndote seguro y bien vestido …lo de menos son los pies.
Mary Vera V.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)