jueves, 12 de febrero de 2015

Había una vez


(Ejercicio basado en el libro Del otro lado del árbol, de Mandana Sadat)

Se había perdido, otra vez. Con la excepción de que esta vez veía imposible el salir del bosque.

El sol, hace minutos presente, se había escondido tras las negras nubes.

Así que se apresuró a buscar un lugar para refugiarse de la lluvia que amenazaba con caer. Pero antes de que pudiese comenzar a moverse, las gotas de agua decidieron caer.

Se remangó su vestido rojo y empezó a correr entre los árboles. No quería terminar empapada; aunque era una de las cosas que menos le preocupaba en ese momento.

El camino que recorría tenía menos árboles conforme avanzaba, llegando a un punto donde no había ningún árbol y empezaba una pequeña colina. Esta se veía firme, a pesar de la fuerte lluvia, y la podía subir. La subió. Pero deseó no haberlo hecho.

En la cima de la colina había una pequeña casita de madera, con una ventana en uno de sus costados, se podía ver a distancia que dentro estaba iluminado.

Se acercó para dar un vistazo al interior y ver si había una persona lo suficientemente amable para dejarla pasar.

Ahí estaba sentado en una mecedora un anciano, que no le inspiraba confianza, con la mirada perdida en algún lugar de la habitación oscura, apenas iluminada por una veladora. Usaba una especie de túnica. Bajo sus ojos había unas bolsas que se mezclaban con las abundantes arrugas de su rostro y agregaban profundidad a esos ojos negros que la miraban.  ¡La miraban! No notó cuando esos ojos empezaron a mirarla y sus labios se curvaron en una sonrisa que logró sacarla de su momentáneo trance.

Corrió colina abajo lo más rápido que pudo. Al llegar al árbol más cercano decidió esconderse detrás y esperar que aquel anciano no la buscara.

Se asomó ligeramente hacia la colina, aquel viejo bajaba lentamente con la espalda encorvada y las manos recogidas sobre su pecho. Intentó volver a su posición inicial detrás del árbol pero debido al lodo que se había formado y gracias a la fuerte lluvia que seguía cayendo, tropezó.  Si se hubiera quedado quieta él posiblemente nunca la hubiese visto pero se movió… y él la vio.

El terror se apoderó de ella y no se le vino por la mente correr, huir de él. Porque a la velocidad que el viejo caminaba, lo hubiera logrado.

El viejo llegó al árbol donde ella se encontraba y se sentó del lado contrario. Abrió entonces su seca boca y habló: “Había una vez, una niña…” - Su voz era fuerte y ronca, aun con el sonido de la lluvia cayendo lo podía oír claramente. El viejo se aclaró la garganta y continuó- “Una niña ingenua que aun creía en la gente linda y amable. Pensó que podía espiar a un adorable viejito y salir ilesa. Pero no es así, pequeña. El dragón ha despertado y tiene hambre. Hambre de niñas tontas, como tú.” -Concluyó y caminó del otro lado del árbol.

Pensó fugazmente ponerse de pie pero su vestido se había atorado.

El gigantesco dragón se encontraba parado majestuosamente frente a ella.


No hay comentarios:

Publicar un comentario