Pasaban los días y no podía encontrarlo otra
vez. No había olvidado sus ojos (juro que no he olvidado sus ojos) ni esa
sonrisita, como apretada, que algunas veces me hizo soñar. Suspiraba
constantemente al pensarlo. Cada vez que pude se lo confesé…cómo guardar todo
eso sólo para mí.
Y andaba yo en el coche, en las calles,
enfrentando la vida diaria, lo de siempre, lo que seguía, lo que venía. No
podía encontrarlo en ninguna otra mirada, en ninguna avenida, ni en los amigos
ni en nuevos rostros, ni por su ciudad ni por la mía. Se fue en la tarde. Se
fue en la tarde.
Aunque después, muy por la noche lo volví a
ver, esta vez no deseché la oportunidad y caminé de su mano, por una calle sólo
parecida a algunas. Un largo caminar y bien fuerte que nos apretábamos la mano,
un suspiroso abrazo y creo que casi un esperado beso en los labios. Sonreía yo.
No nos soltábamos (no vaya a ser sólo un sueño).
Pasan los días, y no puedo encontrarlo otra
vez.
Carolina Lara Mungarro
No hay comentarios:
Publicar un comentario