miércoles, 22 de agosto de 2012

Aquel otoño

... cuando el calor era amable y hacia espacio al viento para secar un poco el sudor que corría por mi frente,  grita mi primo (el mayor): - ¡Corre! Puesto que sólo me faltaba pisar la última base, que no era nada más que un bulto de piedras, para anotar otra carrera.
Sin saber por dónde había escapado la pelota, corrí directo a la base. Justo cuando otro de mis primos dice: Ya no vamos a jugar, es la tercera vez que la pelota cae a la barranca y no iré por ella.
No podíamos dejar el juego así. Estábamos empatados con dos carreras y el perdedor compraría los refrescos. Así que mi primo (el mayor) y yo decidimos aventurarnos y bajar por la rocosa barranca llena de árboles. Más que una barranca, parecía un pequeño bosque seco.
Tenía miedo de bajar porque ya era tarde, algo así como las seis o siete de la tarde, pero mi primo me tomó del brazo (el derecho, lo recuerdo bien) y bajamos lentamente, sosteniéndonos de los troncos y usando las piedras grandes como escalones.
Fui yo quien encontró la pelota, pero también fui la primera en caer. Mi primo parecía que se iba a desmayar de la risa (y yo también). Tomó una lánguida rama, para ayudarme a subir y justo cuando la agarré, la jalé con la fuerza que me había dejado tanta risa, hasta que hice que mi primo se arrastrara a donde estaba.
Cuando por fin pudimos dejar de reír y que subimos, mi primo dijo que no volvería a bajar conmigo. Terminamos con raspones desde las piernas y brazos hasta las mejillas, sin mencionar las pequeñas ramitas que se nos habían enredado en el cabello.
Eso sí, los refrescos no los compró mi equipo…

                               Shite Torres Figueroa

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